El vals de las mariposas
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El vals de las mariposas
El vals de las mariposas
La misma pista sigue sonando una y otra vez en el gramófono, que ella no acepta cambiar por ningún otro aparato moderno; dice que el sonido del gramófono, a sus sesenta años, le hace sentir joven.
Ana está relajándose en el sofá, escuchando su pista favorita, “El vals de las mariposas”, con la cual siente una armonía mágica. Es en ese instante cuando entran dos niños: Gabriel, el chico, que tiene diez años, y su hermanita Gardenia, de ocho.
Gardenia se sienta junto a su abuela Ana y le pregunta:
- ¿No le aburre esta música?
Ana sonríe y responde:
- No, querida. Me gusta tanto, que nunca me aburro de ella.
Gabriel se acerca a Ana y la besa, diciendo:
- A mí también me gusta mucho esta pista.
Ana le da un beso y un abrazo, y dice:
- Te quiero tanto, Gabi.
Ana deja a sus nietos, se dirige a la cama y se sumerge en sus recuerdos. Y, de repente, les dice a los niños:
- Venid..., venid, queridos, os quiero contar una historia.
Los niños se alegran mucho y van a sentarse junto a su abuela. Después de un rato de silencio, Ana respira y empieza a contar:
Érase una vez una niñita que se llamaba Ana. Era más o menos de la misma edad que tú, Gardenia. Ana era de una familia de clase baja; sus padres trabajaban al servicio de una familia noble. Ésta última tenía un niño que se llamaba Gabriel y tenía catorce años.
Los dos niños vivieron juntos, jugaron juntos...; simplemente, crecieron juntos. Ana se acostumbró a estar con Gabriel en su tiempo libre y a veces asistía con él a las clases de griego, música, pintura, literatura y ética.
A Ana le entusiasmaba bailar. Gabriel, que, como era noble, seguía clases de baile, ayudaba a Ana, enseñándole cómo bailan las princesas.
Un día, Gabriel le regaló a Ana una pista de música que se llamaba “El vals de las mariposas”. Y, desde ese día, los dos comenzaron a bailar a ese ritmo tan hermoso como si fueran la Cenicienta y su Príncipe Azul.
Cuando los dos se hicieron mayores, su amistad se convirtió en un amor serio, pero la familia de Gabriel lo consideró un amor imposible e ignoró esta relación.
Gabriel, en ese momento, era un caballero de veinte años, y siguió amando a Ana, su preciosa mariposa. Pero tuvo que separarse de ella para ingresar en la Universidad Real. La lejanía les resultaba insoportable a ambos, pero sus almas estaban unidas..., a pesar de la distancia.
Pasaba el tiempo y, cuatro años después, Gabriel terminó su carrera y volvió junto a Ana, su alma gemela. Pero la vida sentenció la separación de ambos. La familia de Gabriel le obligó a que dejara a Ana y a casarse con otra mujer de familia noble: la princesa Marte. Esta princesa, a pesar de ser una perfecta esposa, no le gustaba a Gabriel .
Una noche, Gabriel y Ana estaban juntos. Él le pidió que huyeran lejos de su familia y de todos los que se oponían a su matrimonio. Pero Ana le dijo que no podía huir de todo el mundo y le rogó que se casara con la princesa.
Al principio, Gabriel no entendió nada. Pensaba que Ana ya no le quería, pero ella le explicó que no podía hacerle perder todo por culpa de su amor, y le juró que nunca sería de otro. Gabriel aceptó casarse con la princesa.
Ana, con el corazón dolorido, dejó el país. Trabajaba como bailarina, ya que el baile era su único remedio, era la única cosa que le ayudaba a olvidar su gran amor. Ganó mucho dinero y viajó por todo el mundo, pero nunca pudo olvidar a Gabriel.
Después de cuatro años, unos amigos de Ana la invitaron a una gran fiesta. Ana era una linda mujer, bellísima, alta; tenía el cuerpo bien proporcionado, ojos marrones y pelo largo, liso y negro. Era la mujer más bella en la fiesta, gracias en parte a su vestido rojo, que era corto y dejaba adivinar su belleza, y a sus zapatos de tacón, que reflejaban su feminidad y su dulzura. En resumidas palabras: Ana era la sensación de la fiesta.
Cuando estaba hablando con sus amigas, Ana se paró y se quedó en blanco enfrente de un hombre extranjero. Después de un rato, él le preguntó:
- ¿Eres tú, mi preciosa mariposa?
Ella le respondió:
- ¿Eres tú, mi cielo?
- ¡No me digas que nos hemos encontrado por casualidad!
- ¡No me lo puedo creer! ¡Te echo mucho de menos, Gabi!
- Te quiero.
Se abrazaron y empezaron a bailar, olvidados de todo el mundo. Pasaron toda la noche juntos; se acordaron de sus momentos de amor. Después de la fiesta, salieron juntos. Gabriel le contó a Ana que su esposa había muerto mientras estaba embarazada. También le contó que su vida sin ella era un lío y que sin su amor el mundo no tenía sentido...
Los dos decidieron casarse, olvidándose de todo el mundo y de las reglas establecidas. Vivieron muy felices juntos. Gabriel trató a Ana como si fuese la princesa de un cuento infinito y le hizo olvidar todo el dolor que lejos de él había sentido. Trajeron al mundo a un bebé precioso. Se llamaba María y tenía la belleza de su madre. Y, un año después, tuvieron otros dos hijos, chicos esta vez: se llamaban Juan y Julio.
La familia vivía como si estuviera dentro de un dulce sueño. Pasaron los días, y Ana y Gabriel veían crecer a sus hijos, que iban todos los días a la escuela. Los fines de semana iban todos juntos a algún lugar maravilloso.
Y la familia de Gabriel poco a poco empezó a aceptar su nuevo matrimonio. Después de largo tiempo, comenzaron a considerar a Ana como un miembro más de la familia, así que no había preocupaciones en la vida de los dos enamorados, que cada día se querían mucho más.
En ese momento, Ana deja su relato y suspira dolorosamente, diciéndose a sí misma: “Pero..., finalmente, la vida no sale siempre como deseamos... Siempre nos golpea en algún momento no deseado...”.
Y empieza a llorar...
Los niños la ven, y Gardenia le pregunta:
- ¿Está bien, abuelita?
- Sí, querida; estoy bien.
Gabriel le dice:
- Si quiere, podemos continuar después.
- No, estoy bien; voy a continuar.
Y continúa...
Ana y Gabriel pensaron que su felicidad sería eterna, y no se dieron cuenta de que la vida no les daría todo sin exigir nada a cambio.
Un fin de semana, mientras Gabriel estaba jugando con sus hijos en el mar, se sintió mal. No se lo dijo a Ana, pero ella se dio cuenta que algo le estaba pasando. A lo largo de una semana, Gabriel intentó engañar a Ana..., en vano porque ella sentía cada pulso de su corazón. Ana le obligó a ir a ver a un médico; al principio él no aceptó, pero al final fue.
Y, como en un drama cualquiera, por aquello de que la vida es siempre justa y “da la felicidad y el dolor consecutivamente”, el médico dijo que Gabriel padecía una enfermedad grave, probablemente cancér.
Pasaron los días y Ana intentaba mitigar el dolor de su alma gemela; sentía el dolor como si fuera el suyo propio. En verdad, no era Gabriel sólo quien sufría, sino que Ana también padecía, incluso más que él. La enfermedad hizo que el amor de los dos aumentase cada vez más.
Ana para de contar otra vez, entre lágrimas...
Gardenia, con curiosidad, le pregunta:
- Dime, abuelita, ¿qué le pasó?
Ana sonríe, con lágrimas en las mejillas, y dice:
- Nada de gravedad... Murió fisicamente..., pero siempre vive en mi corazón. Se fue..., pero siempre está aquí, junto a mí.
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