Crepúsculo de Azrael
ALMA DE POETA :: LITERATURA :: novela
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Crepúsculo de Azrael
Profecía del Amanecer
Un…
Un amor
Traerá el dolor…
Una…
Una luz
Procedente del sur
Una…
Una oscuridad
No pretende mal
.I.
Una nueva sombra se adentró aquella noche en el bosque.
Nadie sabía cómo había entrado ahí y desde cuándo.
Paseaba por el bosque, dejando tras de sí una sensación fría, casi muerta.
Era él, el primogénito de las desiertas tierras de Morad- dûr, era elfo, pero no uno corriente, era un Alto Elfo Oscuro de piel azulada de orejas finas, hacia atrás.
Estaba ocultado tras una capa negra, de su cara sólo se le podían ver parte de la barbilla y algo de el labio inferior.
Tenía un paso elegante, pero firme, hacía crujir las hojas del suelo, pero el sonido era como al de pisar una escarcha de hielo.
Miró al cielo estrellado, sin luna. Los árboles parecían que enmarcaban el firmamento.
Iba a descansar, por lo que se subió a la copa más alta del más alto árbol.
Miró, inexpresivo, la belleza de ese lugar.
Sacó su flauta, entonando una triste, pero hermosa canción.
***
Las notas, llegaron a oídos de una joven elfa, princesa del reino de Fhâred-mûr, hija del rey Morgoz.
La princesa, de piel blanca, dormía en su lecho en palacio.
Despertada por la canción, se asomó a su balcón.
Miró el bosque, hipnotizada por la melodía que endulzaba sus oídos.
**
- Sackara- alguien la balanceó suavemente
La joven abrió los ojos, miró a su alrededor.
Se había quedado dormida en la terraza.
- ¿Qué hacíais aquí?- preguntó el sirviente
- Me había quedado dormida, contemplando las estrellas…- se disculpó
El sirviente esbozó una sonrisa y le ayudó a levantarse.
Al momento Sackara recordó la melodía, no pudo evitar mirar al bosque con brusquedad.
- ¿Ocurre algo?
- No… me pareció oír…- sonrió
- ¿Pensáis ir al pueblo esta tarde?
Sackara tardó un breve momento en reaccionar, aún estaba absorta, intentando recordar aquella melodía.
- Si…
- Bien, a medio día prepararé las cosas- sonrió
El sirviente desapareció de los aposentos de la elfa.
Sackara empezó a recordar las notas de aquella melodía.
Era extraña… la canción, confundía a sus propios sentimientos, sentía miedo…pero una atracción hacia ella.
Sacudió la cabeza, se había quedado mirando a un punto fijo sin darse cuenta.
Sackara era una mujer ya.
Rubia, con el pelo liso, largo, hasta la cintura, en su cara era iluminada por dos ojos verdes como el bosque.
Era elegante, vestía con un vestido de seda, de color crema muy débil.
Salió de su habitación.
Quería salir, al pueblo, siempre le había gustado. Lleno de vida y de sonrisas.
- Su caballo está preparado- comentó el sirviente de antes- ¿quiere que le acompañe?
- No hará falta, gracias por todo
Sackara con cierta elegancia y agilidad, llegó a los establos.
Ahí estaba su yegua, un buen ejemplar.
Llamada Galadriel.
Era de color blanco, de crines largas y lisas.
La elfa, a diferencia de las demás, montaba a caballo como un elfo, puesto que decía que era más cómodo, y una mejor forma de sentir a su yegua.
Iba a ir a Ûldur un pueblo de Fhâred-mûr.
Montó sobre su potra y galopó hasta allí.
Los bosques estaban en pleno otoño. El verde suelo de éstos, estaba abrigado con el manto de las hojas secas.
Galadriel atravesó el bosque a galope, esquivando todos los árboles que había a su paso, sin dejar caer a su dueña de su lomo.
Tras atravesar un gran puente de piedra, se encontraron con Ûldur.
Un…
Un amor
Traerá el dolor…
Una…
Una luz
Procedente del sur
Una…
Una oscuridad
No pretende mal
.I.
Una nueva sombra se adentró aquella noche en el bosque.
Nadie sabía cómo había entrado ahí y desde cuándo.
Paseaba por el bosque, dejando tras de sí una sensación fría, casi muerta.
Era él, el primogénito de las desiertas tierras de Morad- dûr, era elfo, pero no uno corriente, era un Alto Elfo Oscuro de piel azulada de orejas finas, hacia atrás.
Estaba ocultado tras una capa negra, de su cara sólo se le podían ver parte de la barbilla y algo de el labio inferior.
Tenía un paso elegante, pero firme, hacía crujir las hojas del suelo, pero el sonido era como al de pisar una escarcha de hielo.
Miró al cielo estrellado, sin luna. Los árboles parecían que enmarcaban el firmamento.
Iba a descansar, por lo que se subió a la copa más alta del más alto árbol.
Miró, inexpresivo, la belleza de ese lugar.
Sacó su flauta, entonando una triste, pero hermosa canción.
***
Las notas, llegaron a oídos de una joven elfa, princesa del reino de Fhâred-mûr, hija del rey Morgoz.
La princesa, de piel blanca, dormía en su lecho en palacio.
Despertada por la canción, se asomó a su balcón.
Miró el bosque, hipnotizada por la melodía que endulzaba sus oídos.
**
- Sackara- alguien la balanceó suavemente
La joven abrió los ojos, miró a su alrededor.
Se había quedado dormida en la terraza.
- ¿Qué hacíais aquí?- preguntó el sirviente
- Me había quedado dormida, contemplando las estrellas…- se disculpó
El sirviente esbozó una sonrisa y le ayudó a levantarse.
Al momento Sackara recordó la melodía, no pudo evitar mirar al bosque con brusquedad.
- ¿Ocurre algo?
- No… me pareció oír…- sonrió
- ¿Pensáis ir al pueblo esta tarde?
Sackara tardó un breve momento en reaccionar, aún estaba absorta, intentando recordar aquella melodía.
- Si…
- Bien, a medio día prepararé las cosas- sonrió
El sirviente desapareció de los aposentos de la elfa.
Sackara empezó a recordar las notas de aquella melodía.
Era extraña… la canción, confundía a sus propios sentimientos, sentía miedo…pero una atracción hacia ella.
Sacudió la cabeza, se había quedado mirando a un punto fijo sin darse cuenta.
Sackara era una mujer ya.
Rubia, con el pelo liso, largo, hasta la cintura, en su cara era iluminada por dos ojos verdes como el bosque.
Era elegante, vestía con un vestido de seda, de color crema muy débil.
Salió de su habitación.
Quería salir, al pueblo, siempre le había gustado. Lleno de vida y de sonrisas.
- Su caballo está preparado- comentó el sirviente de antes- ¿quiere que le acompañe?
- No hará falta, gracias por todo
Sackara con cierta elegancia y agilidad, llegó a los establos.
Ahí estaba su yegua, un buen ejemplar.
Llamada Galadriel.
Era de color blanco, de crines largas y lisas.
La elfa, a diferencia de las demás, montaba a caballo como un elfo, puesto que decía que era más cómodo, y una mejor forma de sentir a su yegua.
Iba a ir a Ûldur un pueblo de Fhâred-mûr.
Montó sobre su potra y galopó hasta allí.
Los bosques estaban en pleno otoño. El verde suelo de éstos, estaba abrigado con el manto de las hojas secas.
Galadriel atravesó el bosque a galope, esquivando todos los árboles que había a su paso, sin dejar caer a su dueña de su lomo.
Tras atravesar un gran puente de piedra, se encontraron con Ûldur.
Re: Crepúsculo de Azrael
II.
Era un lugar lleno de vida, comerciantes, elfos creando magia para distraer a los niños.
Sackara paseaba sola, sin la compañía de su yegua.
Miraba con una amplia cómo los pequeños elfos reían ante los trucos de magia.
De repente, un escalofrío le recorrió.
Una nueva música parecía alzarse por encima de todas las risas, de todas las conversaciones y de sus propios pensamientos.
No era la primera vez que escuchaba esas frías notas
No era la primera vez que sentía como esas notas entraban en su corazón, haciéndole sentir algo extraño.
Aturdida, miró a todos lados, en busca de aquella canción.
Solo miraba risas, nadie parecía oír esa canción, solo ella.
El cielo se oscureció, no había nadie en las calles. Únicamente el portador de aquella música.
No había nadie.
Solo ellos dos.
- Eres tú…-dijo el portador de la música
- ¿Yo…?
Sackara estaba confusa.
No sabía quién era él, estaba oculto bajo una capa, sólo se le veía la barbilla.
- ¿Quién eres?- preguntó la elfa
- El de la profecía
- ¿Qué…?
La canción calló.
Todo volvió a ser normal. Como si nada hubiese pasado.
Pero él seguía ahí, parecía que nadie le veía.
- ¿Quién eres?
- Mi nombre no importa- cortó- eres tú… ¿Sackara?
- Si…
- Entonces olvídame…
- ¿Qué…? Pero si tú no…
- Te conozco
Se mantenía a distancia, pero aún así parecía que estaba a su lado, que la tenía cogida de la cintura, atrayéndola hacia él.
Tenía miedo, ¿Quién era?
No la estaba tocando, pero le sentía, se mantenía a distancia.
Parpadeó, y en ese momento, la misteriosa sombra, desapareció.
Se sentía confusa, ¿quién era? ¿De qué la conocía? Es más… ¿qué era esa profecía?
**
- ¿Y bien?- preguntó otra sombra que se apoyaba en el tronco de un árbol
- Es ella- dijo- Sackara
El elfo suspiró.
- ¿La quieres?- preguntó
- ¿Debo?
- No lo sé
- Ni yo
Los dos elfos cruzaron una mirada.
- Es hora de que vuelvas- le dijo el primero
- No, quiero conocerla, saber por qué está prohibida para mí- comentó- iré a verla
- ¿Estás loco?
- Puede- sonrió para sí
Uno de los elfos pareció evaporarse y fundirse con el viento.
- ¿Por qué está prohibida para mí?
Era un lugar lleno de vida, comerciantes, elfos creando magia para distraer a los niños.
Sackara paseaba sola, sin la compañía de su yegua.
Miraba con una amplia cómo los pequeños elfos reían ante los trucos de magia.
De repente, un escalofrío le recorrió.
Una nueva música parecía alzarse por encima de todas las risas, de todas las conversaciones y de sus propios pensamientos.
No era la primera vez que escuchaba esas frías notas
No era la primera vez que sentía como esas notas entraban en su corazón, haciéndole sentir algo extraño.
Aturdida, miró a todos lados, en busca de aquella canción.
Solo miraba risas, nadie parecía oír esa canción, solo ella.
El cielo se oscureció, no había nadie en las calles. Únicamente el portador de aquella música.
No había nadie.
Solo ellos dos.
- Eres tú…-dijo el portador de la música
- ¿Yo…?
Sackara estaba confusa.
No sabía quién era él, estaba oculto bajo una capa, sólo se le veía la barbilla.
- ¿Quién eres?- preguntó la elfa
- El de la profecía
- ¿Qué…?
La canción calló.
Todo volvió a ser normal. Como si nada hubiese pasado.
Pero él seguía ahí, parecía que nadie le veía.
- ¿Quién eres?
- Mi nombre no importa- cortó- eres tú… ¿Sackara?
- Si…
- Entonces olvídame…
- ¿Qué…? Pero si tú no…
- Te conozco
Se mantenía a distancia, pero aún así parecía que estaba a su lado, que la tenía cogida de la cintura, atrayéndola hacia él.
Tenía miedo, ¿Quién era?
No la estaba tocando, pero le sentía, se mantenía a distancia.
Parpadeó, y en ese momento, la misteriosa sombra, desapareció.
Se sentía confusa, ¿quién era? ¿De qué la conocía? Es más… ¿qué era esa profecía?
**
- ¿Y bien?- preguntó otra sombra que se apoyaba en el tronco de un árbol
- Es ella- dijo- Sackara
El elfo suspiró.
- ¿La quieres?- preguntó
- ¿Debo?
- No lo sé
- Ni yo
Los dos elfos cruzaron una mirada.
- Es hora de que vuelvas- le dijo el primero
- No, quiero conocerla, saber por qué está prohibida para mí- comentó- iré a verla
- ¿Estás loco?
- Puede- sonrió para sí
Uno de los elfos pareció evaporarse y fundirse con el viento.
- ¿Por qué está prohibida para mí?
Re: Crepúsculo de Azrael
___________
Siento la espera...
Una nueva canción volvió a acunar a las hojas del bosque otoñal.
Pero esta vez, era notas salvajes, liberaban a cada ser viviente de aquellos alrededores, algunos lobos parecían acompañar a aquellas divina sonata.
La canción parecía fundirse con el viento, recorriendo todo el bosque, llegando a oídos de Sackara, quien estaba asomada aquella mágica noche en su balcón.
Sentía como la melodía la acariciaba, y acariciaba su pelo, no sabía en aquel momento si se trataba del viento.
Se sentía libre, como nunca se había sentido, aquellas notas le daban alas…
Con un gesto dulce, soltó algunas estrofas, recientemente inventadas
Corre como el río
Libres como el viento
Que nadie nos prohíba vivir en nuestros sueños
Nadie es nuestro dueño
Salvajes como el fuego
**
- Salvajes como el fuego…- se oyó en el bosque
El portador de la música calló.
¿De quién se trataba? ¿Era la voz de un ángel arrastrada por el viento?
Miró hacia el cielo, en busca de alguna respuesta, pero imaginaba quién podría ser.
Simplemente Sackara.
Quería verla, y eso iba a hacer…
Quería verla, y el viento le diría donde estaría
**
La canción calló, la elfa lo lamentó en cierta parte.
Justo cuando iba a entrar en sus aposentos, la música volvió, pero esta vez, era diferente, seguía siendo hermosa, pero estaba más cerca.
Sonrió para sí, y salió de nuevo al balcón acompañó de nuevo a la música.
Empezó a cantar de nuevo, con una voz dulce y aguda…
**
Cautivado, apenas podía seguir tocando aquella melodía, pero debía de hacerlo, quería oír su voz…
Siguió tocando aquella melodía con tal de oírla a ella cantar.
Finalmente, él paró.
Sackara miró el cielo, sintiéndose pequeña al ver tantas estrellas, aún sentía como las notas de aquella canción le acariciaban.
El viento, desenredó su pelo liso.
El elfo, sacudió la cabeza aturdido, él no se comportaba así, él… era un ser frío…
Cerró los ojos y respiró hondo. Un frío le invadió
Sackara tuvo un escalofrío, le resultó familiar.
Se puso en alerta.
- ¿Quién anda ahí?- preguntó
El elfo dibujó una media sonrisa.
Sacó la flauta de madera y volvió a entonar una canción.
Esta vez, era una canción…muerta, triste y oscura.
El viento agitó fuertemente las copas de los árboles más altos
Sackara escuchó cada nota.
“Sackara…”Susurró el viento
“No sabes quién soy…por qué estamos prohibidos…”
Ella retrocedió.
La melodía calló
- Pero no podemos huir de ese destino- dijo una voz detrás de ella
Se dio la vuelta.
Una persona encapuchada estaba detrás de ella.
- ¿Quién eres?- preguntó casi gritando
- Tu otra mitad- contestó
Sackara vaciló.
- Eres el de este medio día…
- Podría decirse, ese no era yo, solo una imagen…
- ¿Esa canción era tuya?
No contestó, le parecía estúpido hacerlo.
- Déjate ver no sabes con quien hablas- dijo el
- Sé muy bien quién eres, Sackara princesa del reino de Fhâred-mûr, hija del rey Morgoz- dibujó una media sonrisa
- ¡¿Quién eres tú?!
Se abalanzó contra él, en un intento de quitarle la capucha.
El elfo le cogió de la mano, la inmovilizó.
Se puso detrás de ella.
- Mira…la luna llena… la única luz de la oscuridad… ¿por qué la noche no consume a ese ser tan brillante?
La elfa no contestó, no sabía que responder.
Sentía frío, frío cuanto el la tocaba o sólo le hablaba
- ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?- titubeó la elfa
Soltó una risa cerca de su oído.
Un escalofrío le recorrió.
- Mi nombre no importa…
Se volvió frente a ella, y le acarició la mejilla.
- ¿Sabes por qué estoy aquí…?- preguntó con una media sonrisa
- ¿Para qué…?- preguntó ella
El elfo la empujó fuertemente contra la pared de piedra.
- Para traicionarme a mí mismo.
El elfo seguía con la capucha puesta.
Sackara vacilo un momento, pero tímidamente, le quitó la capucha.
Pudo ver un pelo blanco, en abundancia, fino, y algo largo.
Un rostro de color azul oscuro, pero no muy fuerte, parecía morado, pero no destacaba mucho.
Pero algo le llamó la atención a Sackara, eran los ojos. Unos ojos rojos, oscuros, como el color de la sangre, eran fríos, pero tan intensos, que costaba trabajo apartar la vista de ellos.
Cerca de los ojos, tenía unos dibujos, procedente de la mejilla en un tono más oscuro que su piel.
- Y lo haré…- dijo con una media sonrisa
Antes de que Sackara pudiese hacer o decir algo, el elfo ya la estaba besando.
Quería apartarse, no le conocía de nada y la estaba besando así sin más, pero tampoco podía resistirse, era un beso electrizante.
El elfo le besó con pasión, paseando sus labios por cada rincón de los de la elfa, sin dejarse nada atrás.
Cogió las mano de Sackara y las alzó hacia arriba, contra la pared, mientras él le daba besos por el cuello.
Frío, frío, eran congelantes, pero quería más, pero sólo podía estremecerse…
El elfo paró, le clavó sus ojos rojos y le dijo con una media sonrisa:
- Mi nombre es Annael- una brisa gélida acarició el rostro de Sackara
Siento la espera...
Una nueva canción volvió a acunar a las hojas del bosque otoñal.
Pero esta vez, era notas salvajes, liberaban a cada ser viviente de aquellos alrededores, algunos lobos parecían acompañar a aquellas divina sonata.
La canción parecía fundirse con el viento, recorriendo todo el bosque, llegando a oídos de Sackara, quien estaba asomada aquella mágica noche en su balcón.
Sentía como la melodía la acariciaba, y acariciaba su pelo, no sabía en aquel momento si se trataba del viento.
Se sentía libre, como nunca se había sentido, aquellas notas le daban alas…
Con un gesto dulce, soltó algunas estrofas, recientemente inventadas
Corre como el río
Libres como el viento
Que nadie nos prohíba vivir en nuestros sueños
Nadie es nuestro dueño
Salvajes como el fuego
**
- Salvajes como el fuego…- se oyó en el bosque
El portador de la música calló.
¿De quién se trataba? ¿Era la voz de un ángel arrastrada por el viento?
Miró hacia el cielo, en busca de alguna respuesta, pero imaginaba quién podría ser.
Simplemente Sackara.
Quería verla, y eso iba a hacer…
Quería verla, y el viento le diría donde estaría
**
La canción calló, la elfa lo lamentó en cierta parte.
Justo cuando iba a entrar en sus aposentos, la música volvió, pero esta vez, era diferente, seguía siendo hermosa, pero estaba más cerca.
Sonrió para sí, y salió de nuevo al balcón acompañó de nuevo a la música.
Empezó a cantar de nuevo, con una voz dulce y aguda…
**
Cautivado, apenas podía seguir tocando aquella melodía, pero debía de hacerlo, quería oír su voz…
Siguió tocando aquella melodía con tal de oírla a ella cantar.
Finalmente, él paró.
Sackara miró el cielo, sintiéndose pequeña al ver tantas estrellas, aún sentía como las notas de aquella canción le acariciaban.
El viento, desenredó su pelo liso.
El elfo, sacudió la cabeza aturdido, él no se comportaba así, él… era un ser frío…
Cerró los ojos y respiró hondo. Un frío le invadió
Sackara tuvo un escalofrío, le resultó familiar.
Se puso en alerta.
- ¿Quién anda ahí?- preguntó
El elfo dibujó una media sonrisa.
Sacó la flauta de madera y volvió a entonar una canción.
Esta vez, era una canción…muerta, triste y oscura.
El viento agitó fuertemente las copas de los árboles más altos
Sackara escuchó cada nota.
“Sackara…”Susurró el viento
“No sabes quién soy…por qué estamos prohibidos…”
Ella retrocedió.
La melodía calló
- Pero no podemos huir de ese destino- dijo una voz detrás de ella
Se dio la vuelta.
Una persona encapuchada estaba detrás de ella.
- ¿Quién eres?- preguntó casi gritando
- Tu otra mitad- contestó
Sackara vaciló.
- Eres el de este medio día…
- Podría decirse, ese no era yo, solo una imagen…
- ¿Esa canción era tuya?
No contestó, le parecía estúpido hacerlo.
- Déjate ver no sabes con quien hablas- dijo el
- Sé muy bien quién eres, Sackara princesa del reino de Fhâred-mûr, hija del rey Morgoz- dibujó una media sonrisa
- ¡¿Quién eres tú?!
Se abalanzó contra él, en un intento de quitarle la capucha.
El elfo le cogió de la mano, la inmovilizó.
Se puso detrás de ella.
- Mira…la luna llena… la única luz de la oscuridad… ¿por qué la noche no consume a ese ser tan brillante?
La elfa no contestó, no sabía que responder.
Sentía frío, frío cuanto el la tocaba o sólo le hablaba
- ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?- titubeó la elfa
Soltó una risa cerca de su oído.
Un escalofrío le recorrió.
- Mi nombre no importa…
Se volvió frente a ella, y le acarició la mejilla.
- ¿Sabes por qué estoy aquí…?- preguntó con una media sonrisa
- ¿Para qué…?- preguntó ella
El elfo la empujó fuertemente contra la pared de piedra.
- Para traicionarme a mí mismo.
El elfo seguía con la capucha puesta.
Sackara vacilo un momento, pero tímidamente, le quitó la capucha.
Pudo ver un pelo blanco, en abundancia, fino, y algo largo.
Un rostro de color azul oscuro, pero no muy fuerte, parecía morado, pero no destacaba mucho.
Pero algo le llamó la atención a Sackara, eran los ojos. Unos ojos rojos, oscuros, como el color de la sangre, eran fríos, pero tan intensos, que costaba trabajo apartar la vista de ellos.
Cerca de los ojos, tenía unos dibujos, procedente de la mejilla en un tono más oscuro que su piel.
- Y lo haré…- dijo con una media sonrisa
Antes de que Sackara pudiese hacer o decir algo, el elfo ya la estaba besando.
Quería apartarse, no le conocía de nada y la estaba besando así sin más, pero tampoco podía resistirse, era un beso electrizante.
El elfo le besó con pasión, paseando sus labios por cada rincón de los de la elfa, sin dejarse nada atrás.
Cogió las mano de Sackara y las alzó hacia arriba, contra la pared, mientras él le daba besos por el cuello.
Frío, frío, eran congelantes, pero quería más, pero sólo podía estremecerse…
El elfo paró, le clavó sus ojos rojos y le dijo con una media sonrisa:
- Mi nombre es Annael- una brisa gélida acarició el rostro de Sackara
Última edición por Admin el Mar Nov 10, 2015 12:03 am, editado 1 vez
Re: Crepúsculo de Azrael
--------------
Sackara despertó en su cama.
¿Había sido un sueño? Debió de preguntarse en ese momento.
No, parecía que no. Sus labios estaban fríos, como el resto de su cuerpo.
Se llevó dos dedos a ellos y sintió como algo le embriagaba, algo difícil de explicar en ese momento, pero era…
Recordó con todo detalle aquel beso.
Cada roce, cada sonido que salía del coche de los labios, todo…
No pudo ser un sueño, su memoria lo había guardado, y de ser un sueño, el beso hubiese sido olvidado.
Se estremecía, un escalofrío, la recorrió todo el cuerpo.
- No…- dijo finalmente- Annael…
No sabía cómo sentirse, pero sabía que había disfrutado con el beso, se acomodó en la cama. Recordando el beso, su cuerpo empezó a reproducir las mismas sensaciones, como si Annael la estuviese acariciando.
No sabía por qué, pero quería más…
- Te lo has quitado solo para besarla, muy bonito…- dijo una voz
- Un detalle. Estaba bastante frío para ella…- dijo Annael, poniéndose una especie de aro en el labio inferior, justo a la derecha.
- ¿Estás feliz con besarla? Ahora podrás dejarla, lo prometiste, hermano
- Si, tranquilo Gabriel.
Gabriel, el hermano pequeño de Annael. Al igual que él, era de color azul, casi lila, los mismos ojos y el mismo pelo, eran iguales físicamente, salvo por los dibujos que rodeaban sus ojos.
Annael tenía dibujado una especie de lenguas de fuego, y Gabriel tenía puntos alrededor de la cuenca.
- ¿Le mencionaste le hecho de la profecía?- preguntó el hermano
- No la mencioné- dijo Annael- no me pareció oportuno
- ¿Ocupado con sus labios?- sonrió fríamente Gabriel
- Y con su cuello- contestó el hermano, recordándolo con deseo.
Gabriel permanecía serio y sereno.
- Creí que veníamos a esto
- Pero ella desconoce la profecía, no sabe nada de mí y de mi reino
- ¿Crees que es verdad lo que se cuenta?- preguntó
- Todo es mentira, nosotros nos encargamos de hacerla verdad, o no…
- ¿Me llamas mentiroso?- preguntó Gabriel
- Querido hermano, todo es mentira, el traje, la voz… todo es una máscara, todo es inventado, todo es mentira…
Gabriel le miró brevemente. Le encantaba aprender de las palabras de su hermano.
Annael miró al cielo, aún era de noche, pero faltaba poco para que ese detalle desapareciese.
- ¿Qué piensas hacer?- preguntó- ¿Nos vamos?
- ¿Para qué?- dibujó una media sonrisa
El hermano pequeño le miró extrañado.
- ¡Nos hemos fugado Morad- dûr, solo para que tú te des el caprichito con ella, se llega a enterar nuestro padre y rodarán cabezas!- exclamó Gabriel
Annael miró al cielo estrellado mientras su hermano le sermoneaba.
Se puso la yema de sus dedos en el labio inferior, aun podía sentirla, a ella. Sus labios aún estaban húmedos.
Empezaba a recordarlo todo, no cuadraba bien los momentos, pero sí las emociones, esas las guardaría con sumo detalle.
- Annael…- suspiró Gabriel- ¿qué pretendes hacer?
- Volvamos a casa- dijo firmemente
Annael montó sobre su caballo negro, el cual soltó un leve relincho al sentir el peso del jinete.
Gabriel había salido disparado, dando una patada a su caballo marrón.
El elfo se llevó a los labios la flauta y entonó una preciosa melodía, lleno de acordes graves, la cual hizo estremecer hasta las hojas secas del suelo.
Dedicó una enigmática mirada al castillo.
Con un ligero movimiento en los pies, ordenó al caballo que comenzase a andar.
Sackara despertó en su cama.
¿Había sido un sueño? Debió de preguntarse en ese momento.
No, parecía que no. Sus labios estaban fríos, como el resto de su cuerpo.
Se llevó dos dedos a ellos y sintió como algo le embriagaba, algo difícil de explicar en ese momento, pero era…
Recordó con todo detalle aquel beso.
Cada roce, cada sonido que salía del coche de los labios, todo…
No pudo ser un sueño, su memoria lo había guardado, y de ser un sueño, el beso hubiese sido olvidado.
Se estremecía, un escalofrío, la recorrió todo el cuerpo.
- No…- dijo finalmente- Annael…
No sabía cómo sentirse, pero sabía que había disfrutado con el beso, se acomodó en la cama. Recordando el beso, su cuerpo empezó a reproducir las mismas sensaciones, como si Annael la estuviese acariciando.
No sabía por qué, pero quería más…
- Te lo has quitado solo para besarla, muy bonito…- dijo una voz
- Un detalle. Estaba bastante frío para ella…- dijo Annael, poniéndose una especie de aro en el labio inferior, justo a la derecha.
- ¿Estás feliz con besarla? Ahora podrás dejarla, lo prometiste, hermano
- Si, tranquilo Gabriel.
Gabriel, el hermano pequeño de Annael. Al igual que él, era de color azul, casi lila, los mismos ojos y el mismo pelo, eran iguales físicamente, salvo por los dibujos que rodeaban sus ojos.
Annael tenía dibujado una especie de lenguas de fuego, y Gabriel tenía puntos alrededor de la cuenca.
- ¿Le mencionaste le hecho de la profecía?- preguntó el hermano
- No la mencioné- dijo Annael- no me pareció oportuno
- ¿Ocupado con sus labios?- sonrió fríamente Gabriel
- Y con su cuello- contestó el hermano, recordándolo con deseo.
Gabriel permanecía serio y sereno.
- Creí que veníamos a esto
- Pero ella desconoce la profecía, no sabe nada de mí y de mi reino
- ¿Crees que es verdad lo que se cuenta?- preguntó
- Todo es mentira, nosotros nos encargamos de hacerla verdad, o no…
- ¿Me llamas mentiroso?- preguntó Gabriel
- Querido hermano, todo es mentira, el traje, la voz… todo es una máscara, todo es inventado, todo es mentira…
Gabriel le miró brevemente. Le encantaba aprender de las palabras de su hermano.
Annael miró al cielo, aún era de noche, pero faltaba poco para que ese detalle desapareciese.
- ¿Qué piensas hacer?- preguntó- ¿Nos vamos?
- ¿Para qué?- dibujó una media sonrisa
El hermano pequeño le miró extrañado.
- ¡Nos hemos fugado Morad- dûr, solo para que tú te des el caprichito con ella, se llega a enterar nuestro padre y rodarán cabezas!- exclamó Gabriel
Annael miró al cielo estrellado mientras su hermano le sermoneaba.
Se puso la yema de sus dedos en el labio inferior, aun podía sentirla, a ella. Sus labios aún estaban húmedos.
Empezaba a recordarlo todo, no cuadraba bien los momentos, pero sí las emociones, esas las guardaría con sumo detalle.
- Annael…- suspiró Gabriel- ¿qué pretendes hacer?
- Volvamos a casa- dijo firmemente
Annael montó sobre su caballo negro, el cual soltó un leve relincho al sentir el peso del jinete.
Gabriel había salido disparado, dando una patada a su caballo marrón.
El elfo se llevó a los labios la flauta y entonó una preciosa melodía, lleno de acordes graves, la cual hizo estremecer hasta las hojas secas del suelo.
Dedicó una enigmática mirada al castillo.
Con un ligero movimiento en los pies, ordenó al caballo que comenzase a andar.
Última edición por Admin el Lun Nov 09, 2015 11:59 pm, editado 1 vez
Re: Crepúsculo de Azrael
.II.
Allí, en Morad- dûr, se adentraba Annael y su hermano Gabriel.
Ningún ser vegetal vivo les rodeaba, los árboles no se apreciaban, pero había restos de ellos. El suelo estaba agrietado y la tierra seca. Las pezuñas de los caballos levantaban ligeramente algo de polvo.
Era de noche, y el cielo, sin nubes, parecía envolver el castillo que había allí a la lejanía.
No había nadie, tan sólo cuervos.
El viento del norte, revolvió el cabello blanco. Dejó al descubierto sus ojos rojos penetrantes.
Annael se peinó con la mano.
Seguían en dirección al castillo a un paso tranquilo, sin cruzar ninguna palabra.
Gabriel podía ser el primogénito ideal, era noble y sus únicos sueños era la paz en su reino. Era orgulloso y un buen espadachín, educado en las artes de la guerra y, aunque su padre lo negase, el favorito de la corte. El primogénito ejemplar, por así decirlo.
Annael en cambio, no es que no le gustase ser heredero, es que no le interesaban los temas políticos ni nada. A veces se iba de palacio y no volvía en semanas.
La temperatura había descendido drásticamente, el viento traía consigo el viento de las montañas.
A lo lejos, una gran ciudad, con miles de antorchas encendidas. A lo alto de todo, un gran castillo, negro, oculto entre las montañas.
Finalmente, llegaron a una muralla, donde los guardias, abrieron la puerta de ésta sin hacer el menor ruido, no saludaron, sólo se limitaron a hacer su trabajo.
Annael miró al castillo. En algunas de sus ventanas, estaría su padre, mirándoles, como un halcón en busca de su presa, como un depredador.
Su hermano, entró con la cabeza alta, orgulloso de todo aquello que rodeaba.
Había elfos a su alrededor, armados hasta los dientes, no hacían reverencias al verlos. Así eran los habitantes de Morad- dûr. No creían en un ser superior, ya fuese un rey o un dios. Eran fríos, y habían borrado todo resto de sentimientos. Esos elfos y un muerto eran casi lo mismo.
Annael se mostraba indiferente ante las miradas de los otros elfos. Ojos grises, cristalinos y fríos.
El elfo levantó la mirada al o lejos, un castillo, escondido entre las nevadas y rocosas montañas. Allí residía Oder-hum, señor y amo de Morad- dûr, padre de Annael y Gabriel.
Todo en silencio, salvo el graznido de los cuervos o el relincho de los caballos.
A medida que avanzaban, una ligera niebla que llegaba a las rodillas de los caballos, les envolvía.
Iban subiendo por un puente de piedra, se escuchaban como la coz de los caballos la golpeaba. A sus lados, antorchas encendidas, iluminaban todo el paso.
Daba vértigo pasar por allí. El puente se alzaba sobre un montículo de dimensiones grotescas de piedra que unía el castillo con la ciudad en un solo tramo. Abajo a miles de metro, un río, el cual creía una vez al año, sobrepasando incluso la altura del puente.
Enfrente de ellos dos, se alzaba la primera puerta al castillo.
Dos guardias les recibieron.
Los dos hermanos bajaron elegantemente de sus caballos sin hacer el menor ruido.
Annael miró el castillo, un gran rosetón era lo que llamaba la atención. Grandes piedras negras, de peso inimaginable.
Una puerta terminada en punta. Miles de torres con numerosos relieves y detalles. Gárgolas que mostraban enfado, con zarpazos.
Los dos hermanos llegaron a la puerta. Se abrió al instante.
Un recibidor amplio, cubierto por una alfombra roja con un borde dorado. En las paredes, pequeñas ventanas dejaban que entrase la leve luz del exterior.
- Hijos míos…- dijo una voz grave- al fin llegáis
Annael miró hacia arriba.
Su padre estaba en un mirador de la estancia.
Los hermanos levantaron la cabeza.
Gabriel miró con un brillo en los ojos a su padre, le respetaba más que nada en ese mundo. Esperaba ser tan poderoso como él.
Los dos hermanos se habían ido del reino, con el consentimiento del padre, pues era su hechicero el cual había descubierto la profecía. Una profecía que acabaría con el mundo y la culpable de todo, eran dos elfos. Uno de ellos, Annael. El cual fue enviado a cada reino, para hablar con el rey que tuviese una hija, y ponerlos así, al tanto, pero con aquella elfa, pasó algo diferente. Él iba a hablar con su padre, no tenían en mente nada de lo ocurrido aquella noche. No iba a contar nada de lo sucedido, sólo su hermano, persona de mayor confianza, lo sabía.
Oder llegó frente a sus hijos.
Éste, era un poco más alto que ellos dos. De piel blanca como la nieve, de igual manera su pelo. Sus ojos en cambio, eran más oscuros que la noche. Era sorprendente el contraste que hacían aquellos dos matices. Vestía con túnicas de mangas anchas, de colores oscuros. En esta ocasión, de un tono azul marino, con algunos bordados en dorado por los bajos.
Como Annael, cerca de los ojos, tenía unos dibujos, en un tono rojo. Los dibujos eran curvas entrelazadas entre sí.
- Espero que tu misión haya sido fructífera- le dijo a su primogénito, mientras le ponía una mano en el hombro.
- Así ha sido, padre- dijo Annael
- Me alegra saber eso- dijo con una sonrisa.
Se paseó por la estancia, mirando el techo, el cual tenía frescos, de un elfo entregando una espada a otro. Una guerra, caballos alados, cosas así. Annael siempre le gustaba mirar aquel decorado.
- Esto, hijo mío, te será legado y tú, se lo darás a tu hijo…- dijo extendiendo los brazos.
Gabriel sintió como una flecha se clavaba en su corazón. Su hermano mayor se percató de eso.
- Sabéis que no ansío nada de estas paredes, ni si quiera mi habitación- dijo Annael, paseándose por la sala- cuando mi señor falte, cada una de estas piedras llevará el nombre de Gabriel.
Su padre le miró.
Annael había apoyado su mejilla en una columna, fría como el hielo. Con una mano la acariciaba, y miraba a su padre con seguridad.
- Tu hermano…- suspiró Oder- ya podrías parecerte a él. Será un magnífico rey
El joven elfo, sonrió, levantando levemente las orejas.
Annael le miró de reojo, y soltó una media sonrisa.
Allí, en Morad- dûr, se adentraba Annael y su hermano Gabriel.
Ningún ser vegetal vivo les rodeaba, los árboles no se apreciaban, pero había restos de ellos. El suelo estaba agrietado y la tierra seca. Las pezuñas de los caballos levantaban ligeramente algo de polvo.
Era de noche, y el cielo, sin nubes, parecía envolver el castillo que había allí a la lejanía.
No había nadie, tan sólo cuervos.
El viento del norte, revolvió el cabello blanco. Dejó al descubierto sus ojos rojos penetrantes.
Annael se peinó con la mano.
Seguían en dirección al castillo a un paso tranquilo, sin cruzar ninguna palabra.
Gabriel podía ser el primogénito ideal, era noble y sus únicos sueños era la paz en su reino. Era orgulloso y un buen espadachín, educado en las artes de la guerra y, aunque su padre lo negase, el favorito de la corte. El primogénito ejemplar, por así decirlo.
Annael en cambio, no es que no le gustase ser heredero, es que no le interesaban los temas políticos ni nada. A veces se iba de palacio y no volvía en semanas.
La temperatura había descendido drásticamente, el viento traía consigo el viento de las montañas.
A lo lejos, una gran ciudad, con miles de antorchas encendidas. A lo alto de todo, un gran castillo, negro, oculto entre las montañas.
Finalmente, llegaron a una muralla, donde los guardias, abrieron la puerta de ésta sin hacer el menor ruido, no saludaron, sólo se limitaron a hacer su trabajo.
Annael miró al castillo. En algunas de sus ventanas, estaría su padre, mirándoles, como un halcón en busca de su presa, como un depredador.
Su hermano, entró con la cabeza alta, orgulloso de todo aquello que rodeaba.
Había elfos a su alrededor, armados hasta los dientes, no hacían reverencias al verlos. Así eran los habitantes de Morad- dûr. No creían en un ser superior, ya fuese un rey o un dios. Eran fríos, y habían borrado todo resto de sentimientos. Esos elfos y un muerto eran casi lo mismo.
Annael se mostraba indiferente ante las miradas de los otros elfos. Ojos grises, cristalinos y fríos.
El elfo levantó la mirada al o lejos, un castillo, escondido entre las nevadas y rocosas montañas. Allí residía Oder-hum, señor y amo de Morad- dûr, padre de Annael y Gabriel.
Todo en silencio, salvo el graznido de los cuervos o el relincho de los caballos.
A medida que avanzaban, una ligera niebla que llegaba a las rodillas de los caballos, les envolvía.
Iban subiendo por un puente de piedra, se escuchaban como la coz de los caballos la golpeaba. A sus lados, antorchas encendidas, iluminaban todo el paso.
Daba vértigo pasar por allí. El puente se alzaba sobre un montículo de dimensiones grotescas de piedra que unía el castillo con la ciudad en un solo tramo. Abajo a miles de metro, un río, el cual creía una vez al año, sobrepasando incluso la altura del puente.
Enfrente de ellos dos, se alzaba la primera puerta al castillo.
Dos guardias les recibieron.
Los dos hermanos bajaron elegantemente de sus caballos sin hacer el menor ruido.
Annael miró el castillo, un gran rosetón era lo que llamaba la atención. Grandes piedras negras, de peso inimaginable.
Una puerta terminada en punta. Miles de torres con numerosos relieves y detalles. Gárgolas que mostraban enfado, con zarpazos.
Los dos hermanos llegaron a la puerta. Se abrió al instante.
Un recibidor amplio, cubierto por una alfombra roja con un borde dorado. En las paredes, pequeñas ventanas dejaban que entrase la leve luz del exterior.
- Hijos míos…- dijo una voz grave- al fin llegáis
Annael miró hacia arriba.
Su padre estaba en un mirador de la estancia.
Los hermanos levantaron la cabeza.
Gabriel miró con un brillo en los ojos a su padre, le respetaba más que nada en ese mundo. Esperaba ser tan poderoso como él.
Los dos hermanos se habían ido del reino, con el consentimiento del padre, pues era su hechicero el cual había descubierto la profecía. Una profecía que acabaría con el mundo y la culpable de todo, eran dos elfos. Uno de ellos, Annael. El cual fue enviado a cada reino, para hablar con el rey que tuviese una hija, y ponerlos así, al tanto, pero con aquella elfa, pasó algo diferente. Él iba a hablar con su padre, no tenían en mente nada de lo ocurrido aquella noche. No iba a contar nada de lo sucedido, sólo su hermano, persona de mayor confianza, lo sabía.
Oder llegó frente a sus hijos.
Éste, era un poco más alto que ellos dos. De piel blanca como la nieve, de igual manera su pelo. Sus ojos en cambio, eran más oscuros que la noche. Era sorprendente el contraste que hacían aquellos dos matices. Vestía con túnicas de mangas anchas, de colores oscuros. En esta ocasión, de un tono azul marino, con algunos bordados en dorado por los bajos.
Como Annael, cerca de los ojos, tenía unos dibujos, en un tono rojo. Los dibujos eran curvas entrelazadas entre sí.
- Espero que tu misión haya sido fructífera- le dijo a su primogénito, mientras le ponía una mano en el hombro.
- Así ha sido, padre- dijo Annael
- Me alegra saber eso- dijo con una sonrisa.
Se paseó por la estancia, mirando el techo, el cual tenía frescos, de un elfo entregando una espada a otro. Una guerra, caballos alados, cosas así. Annael siempre le gustaba mirar aquel decorado.
- Esto, hijo mío, te será legado y tú, se lo darás a tu hijo…- dijo extendiendo los brazos.
Gabriel sintió como una flecha se clavaba en su corazón. Su hermano mayor se percató de eso.
- Sabéis que no ansío nada de estas paredes, ni si quiera mi habitación- dijo Annael, paseándose por la sala- cuando mi señor falte, cada una de estas piedras llevará el nombre de Gabriel.
Su padre le miró.
Annael había apoyado su mejilla en una columna, fría como el hielo. Con una mano la acariciaba, y miraba a su padre con seguridad.
- Tu hermano…- suspiró Oder- ya podrías parecerte a él. Será un magnífico rey
El joven elfo, sonrió, levantando levemente las orejas.
Annael le miró de reojo, y soltó una media sonrisa.
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